
Raúl Álvarez, un niño de cinco años, publica su primer libro “Dragones en la Selva” (Ed. Atlantis); la familia de Laura Varo, una niña malagueña de once, autoedita una compilación de sus historias “Cuentos para niñas, y niños que sepan leerlos”… y estos son tan sólo dos casos. Años ha, escribir con una Hispano Olivetti exigía tiempo, clases de mecanografía y unos meñiques fuertes. Las máquinas de escribir eléctricas primero y los ordenadores y sus procesadores de texto después lograron que no fuera tan duro el oficio de escribir y sobre todo el de corregir lo escrito gracias a sus falibles autocorrectores.
Siempre quisimos que nuestros niños y niñas leyeran, que hicieran deporte, que estudiaran, pero ahora queremos que con ocho años estén a un paso de doctorarse en Oxford, que con diez los fiche el Barcelona y que a los seis publiquen su primer libro. Y está muy bien que lean, cuanto más mejor, como también está muy bien que jueguen en el parque o que disfruten de los veranos eternos que sólo lo son en el territorio de la infancia; y es una maravilla que inventen historias y que las dejen reflejadas por escrito y que cuando dentro de unos años se hayan convertido en escritores o no un día encuentren en una vieja caja de zapatos esos cuentos infantiles y derramen alguna que otra lágrima. Mientras tanto dejemos que disfruten.