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La primera vez que pisé las calles de Londres

Londres, en la era de The Smiths y el pospunk, era provocación y asimilación cultural. Arrastré amigos y juventud, explorando Notting Hill y el cine de Tati. No he vuelto, pero los recuerdos de esa época perduran intensamente
7 de septiembre de 2023
Año 1983, un grupo de jóvenes punk reunidos en Kings Road, Chelsea. Fotografía: Ted Polhemus.

Mi primera visita a Londres tuvo lugar en la época de The Smiths, en los últimos coletazos del punk o del pospunk y la irradiación cultural que provocó el movimiento. Luego vinieron otras con las habituales incursiones en la casa de los Cabrera Infante, las primeras visualizaciones del cine del francés Jacques Tati o las apasionadas conversaciones sobre literatura.

En Londres había un aire general de provocación, la mía, con todos los provincianismos que rodeaban las conductas de mi sociedad, pero también una asimilación de la cultura, del proceso cultural que se desmarcaba de los ritmos cansinos y apagados.

Hacia Londres arrastré a los amigos, a mi novia querida que construyó conmigo una vida y que, ahora, queda ya en un casi olvido, a mis ganas de saber y mi compromiso con la búsqueda, arrastré mis primeras dosis de juventud y mi ardiente necesidad de vivirla.

No fue París, sino el Londres de las carreras apasionadas por Notting Hill, el barrio de la multiculturalidad, Shepherd’s Bush en todos los rincones, en todas las aceras. La dimensión real de una cultura que ahora he olvidado.

Quizá fuera aquel Londres desesperado la llave a la fortuna de esta cadencia de ahora, de la serenidad de los espacios, de Madrid como frontera y Roma como acción creativa, pero aquella ciudad ya no existe en el imaginario que la edad nos impone, en las luces ardientes que iluminan el mundo, en los empujones hacia la vida presente.

Las ciudades guardan en quienes las visitan un tiempo de caducidad aproximado, un alegato del pasado y la sospecha de lo que se desvanece, una acción preparada para debilitarse. O, quizá, seamos nosotros, nuestra mismidad, la que encierra una ciudad eterna, una calle, una risa, la carrera del tiempo en las aceras, para hacerlas desaparecer.

No he vuelto a Londres pero, con Kaváfis, no puedo desprenderme de la ciudad de mis pérdidas, de las manos cogidas de otras manos, de los Cabrera Infante, del cine de Tati, del punk y los Smiths de Morrissey que, todos juntos, ahora se acercan para hacerse existencia en el recuerdo. Sólo quedan las pérdidas; y no es bastante.

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