Mujeres silenciadas: las pintoras ocultas

Muchas mujeres, en la historia del arte, fueron relegadas al silencio y el olvido. En la sombra de artistas hombres, muchas vidas intensas y fugaces, condenadas al ostracismo y la opresión

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Leonora Carrington en el Museo José Luis Cuevas, año 2009. Fotografía: Rodrigo Terreros.
Leonora Carrington en el Museo José Luis Cuevas, año 2009. Fotografía: Rodrigo Terreros.

A lo largo de la historia del arte, generaciones de mujeres fueron silenciadas, ignoradas y olvidadas. Algunas llegaron a obtener el reconocimiento que merecían, sin embargo otras fueron borradas del mapa y condenadas al ostracismo.

Existen numerosos casos de mujeres artistas que caminaban a la sombra de hombres considerados grandes y reconocidos artistas y en cuya estela creaban, crecían, amaban y al final eran condenadas, sometidas, oprimidas y calladas.

Algunas de las historias que más llaman la atención son las de amor entre artistas; intensas y fugaces, que ejemplifican a esas mujeres olvidadas. Una de las últimas historias que ha llegado a mis manos es la del trío conformado por Leonora Carrington, Max Ernst y Peggy Guggenheim gracias a uno de los últimos libros de Elena Poniatowska. La vida de Leonora cambió radicalmente el día que conoció al ya reputado pintor, y es que Max la arrastró con él a lo largo de cientos de ciudades vampirizando su juventud y su don para la pintura mientras ella quedaba siempre a su sombra y escondía sus pinturas. Leonora acabó por padecer alucinaciones cuando escapaba de los alemanes hacia España para obtener el visado para el pasaporte de Max —judío— y terminó encerrada en un hospital psiquiátrico. Fue esa época una de las más tristes de su vida, pero la más prolífica en su imaginación. Mientras esto ocurría, Max encontraba en 1940 en Lisboa a Peggy, su salvadora, acaudalada coleccionista de arte moderno y surrealista, y responsable del inicio de su etapa de mayor fama como pintor. Mientras Leonora intentaba recuperarse del abandono y la locura comenzó a juntarse con un grupo de surrealistas en México e hizo amistad con Remedios Varo, hecho que salvó su vida y gracias al cual pudo empezar a exponer su obra.

Es un caso muy parecido al del otro trío que más me ha llamado la atención: Angelina Beloff, Diego Rivera y Frida Kahlo. El nombre de su primera mujer pasa prácticamente desapercibido pero fue una de las pintoras rusas más relevantes del momento y recibió muchos e importantes encargos de los más altos mandos de París cuando estaba casada con Diego. Sin embargo, la envidia de este hacía su fama y la muerte del único hijo de ambos hicieron que Quiela —así la llamaba cariñosamente— dejara la pintura y cayera en la desesperanza. El abandono de Diego para ir a México no hizo más que provocar su completa decadencia y la desaparición de su nombre de la historia del arte. Y mientras ella se hundía, Diego conocía a Frida, una muchacha a la que el dolor acompañó desde su infancia y que sería la base de su arte como voluntad de expresar la intimidad y visceralidad femenina a través de su sufrimiento. Ella también dio su apoyo incondicional a Diego y le puso por delante de sus propias necesidades. Él también la traicionó, abandonó y vampirizó.

Esta es la disparidad característica de las vidas de parejas de artistas: él es un pintor famoso que necesita tranquilidad y calma mientras que ella tiene que apañarse independientemente de su estado físico o mental. No es una cuestión de masoquismo son los testimonios de mujeres que, aunque fueron más o menos valoradas como artistas, fueron ninguneadas como mujeres. Y sin esa base de confianza y de crecimiento personal no pudieron construir su identidad como artística. Sobra añadir que las circunstancias sociales, políticas y de educación no ayudaron en absoluto, malogrando cualquier tipo de oportunidad.

Son las historias y las dificultades que asolan a una artista que comparte la vida con un compañero de ruta que es, al mismo tiempo, su rival. Y, aunque pueda parecer una cosa del pasado, podemos pararnos a reflexionar sobre otras creadoras como Ana Mendieta y su terrible final o la mismísima Yoko Ono, a la cual pocos conocemos como artista de performances por su historia de amor con John Lennon. Seguro que nos quedan muchas silenciadas por buscar y encontrar.

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