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El hueco por donde escabullirse

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En la imagen, el jefe de la República de Chechenia Ramzán Kadyrov. Fotografía: Taisiya Borshigova.
En la imagen, el jefe de la República de Chechenia Ramzán Kadyrov. Fotografía: Taisiya Borshigova.

Uno nació en el Sur y está destinado a navegar con el viento cuando se da, que no es siempre. Y a uno, que nació en el Sur y ha de aprovechar cualquier respiro para encontrar el hueco por donde escabullirse, si se tercia, se le está poniendo cara de idiocia por los acontecimientos que nos circunvalan, que hacen giros como amagando de mentirijillas, pero, cualquier día de los que transitamos, al manijero se le va a ir la mamo o luego dice que se le fue o lo hace a posta, que eso nunca se sabe, y se va a montar una fiesta de padre y señor mío con tanto jugar con las cosas que no se deben.

Porque a mí, que nací en el Sur hará 66 años en este mes que corre, y que las patas de gallo hace tiempo que surcan la tierra que circunda los prismáticos con los que observo el mundo, nada me gusta que Corea del Norte esté tirando cacharritos —ha puesto en el aire cinco ensayos balísticos en diez días—, el último esta madrugada, que ha sobrevolado Japón, y en donde los ciudadanos de dos prefecturas del norte de la isla nipona se han despertado con una alerta nuclear y se han mantenido algo más de veinte minutos refugiados en edificios adecuados o bajo tierra.

Y a mí estas cosas, decía, me huelen mal, muy mal. Y no digamos ya que un líder checheno, de nombre Ramzán Kadyrov, aunque esto poco importa, haya dicho: «Bajo mi punto de vista, hay que tomar medidas más radicales hasta el punto de declarar la ley marcial en los territorios fronterizos y emplear armamento nuclear de baja potencia», refiriéndose al conflicto entre Rusia y Ucrania.

Y ya la guinda, ahora que tengo un hueco para pensar detenidamente y con el sosiego de los galápagos al caminar por la arena, me la ha puesto lo del submarino nuclear ruso. Esto ya me va a dar dentera, verá usted. Un submarino de nombre K-329 Bélgorod, botado en el mes de julio, o sea, nuevecito de fábrica, que porta el arma del Apocalipsis (eso dicen, y parece que es verdad), un súper torpedo al que se le puede colocar una cabeza nuclear de hasta dos megatones, y capaz de desplazarse 10.000 kilómetros bajo el agua y luego explotar cerca de la costa elegida causando un tsunami radioactivo. ¡Un tsunami radioactivo, joder! Pero ¿esto qué narices es? ¿Cómo se defiende la población de un tsunami radioactivo? ¿Cuáles son las instrucciones? ¿En qué lugares han dado la formación de lo que debe o no debe hacerse en tales circunstancias? ¿A qué cojones están jugando los señores de la guerra? ¿A qué los fabricantes de armas, que en la mayoría de los casos son empresas estatales o con capital público? ¿En qué agujero se ha metido la diplomacia? ¿Es necesario seguir haciendo negocio con la venta de armas y dejando un reguero incalculable de muertos por medio? ¿No pueden dar los líderes con otra forma de ganar dinero y protagonismo en el panel geoestratégico del orbe, que matando a gente a mansalva y deconstruyendo para construir de nuevo? ¿No se podría parar ya? ¿No podríamos dejarlo ya?

De los Organismos internacionales supuestamente encargados de estos asuntos y que nos cuestan un pastizal su sostenimiento y mantenimiento, ni hablamos. En fin… me sumergiré de nuevo en las ringleras de letras que me aportan los libros y me dedicaré a soñar, en vez de a pensar, porque, parece ser que, por ahora, vamos a seguir sin viento para que esta nave se deslice en paz y en libertad.

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